domingo, 3 de junio de 2012


EL TÚNEL DE ERNESTO SÁBATO Y UNA VISIÓN DESDE “EL OTRO” LADO
Julio César Palomino Huaynamarca

La narrativa sabatiana se caracteriza por mostrar aspectos, temáticas y enfoques relacionados al devenir de la conciencia humana[1]. Un ejemplo de ello es catalogar a Ernesto Sábato como un escritor dostoievskiano, en donde su universo narrativo “encierra” al lector hasta hacerlo partícipe de toda la debacle emocional de sus protagonistas, y este tema se aprecia de manera latente en  El túnel (novela en la cual nos centraremos). Aunándome a la crítica que la ha rotulado como una novela existencialista, yendo más allá de examinar los rasgos y posicionamientos frente a la mujer como figura relevante, elemento recurrente en las novelas del argentino. Queremos aplicar un análisis partiendo desde la perspectiva de “auscultar” a Juan Pablo Castel, personaje principal de la novela mencionada, cuya revisión nos conducirá a tomarnos la atribución de atravesar ese túnel voraginezco y visualizar detalles notables en el texto como por ejemplo hablar del protagonista desde la voz del “otro”.

Durante una de sus exposiciones, Juan Pablo Castel presenta un cuadro especial, “Maternidad”, cuya principal característica para el autor es una pequeña ventana a través de la cual se ve a una mujer en la playa mirando al mar, escena que sugiere “una soledad ansiosa y absoluta”. Este detalle pasa desapercibido para todo el mundo salvo para una desconocida chica. Castel no vuelve a verla, pero se obsesiona con ella y decide buscarla sin saber muy bien para qué. Cuando la encuentra, se entera de que ella también piensa continuamente en Castel y en su cuadro. A partir de aquí se inicia, de una manera un tanto torpe una relación entre ellos, más que de amor de apoyo mutuo, en especial para Castel, hasta el punto de que le es imposible prescindir de la chica. Los miedos y la inseguridad de Castel por un lado, que se ven reflejados en unos celos terribles, y los secretos de ella por otro, convierten la relación en tortuosa para ambos, desembocando en el final que conocemos desde el principio.

Asistimos a una novela muy peculiar en sus formas, mencionaba que el final, por ejemplo, lo conocemos desde el principio. Este detalle se subraya porque Sábato hace uso de la técnica del “punto de vista”. Consultado Sábato sobre la elección de este “punto de vista” confesó haber llegado a él después de una serie de intentos fallidos.   

…hasta que tuve la sensación (…) de que el proceso deliberante que llevaría al crimen tendría más eficacia si estaba descrito por el propio protagonista, haciendo sufrir al lector un poco sus propias ansiedades y dudas, arrastrándolo finalmente con la “lógica” de su propio delirio. Hasta el asesinato de la mujer.[2]

Lo que  hace  este “detalle”, por así decirlo, es presentar ante el lector la forma interior de la novela que es la utilización del ritmo diegético; pero desde una perspectiva del “narrador- protagonista”, hecho que nos conduce a observar y contar hasta tres veces la confesión de Juan Pablo Castel en los tres primeros capítulos.

Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne…[3]

Esta confesión la hace desde una introspección culposa, encerrado en su mundo, incluso minimizando su condición de presidiario, nótese el desvarío existencialista.

Como decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán preguntarse qué me mueve a escribir la historia de mi crimen (no sé si ya dije que voy a relatar mi crimen) [4]

Seguro de su personalidad; despojado de ese “otro” Castel que lo ha movido a no “guardar las formas” ante la sociedad, que lo indujo a adoptar una conciencia voraz, despótica e insensible frente a lo que era aquello que lo guardaría de los peligros de su entorno; remarca justificándose.

Todos saben que maté a María Iribarne Hunter. Pero nadie sabe cómo la conocí, qué relaciones hubo exactamente entre nosotros y cómo fui haciéndome la idea de matarla. Trataré de revelar todo imparcialmente porque, aunque sufrí mucho por su culpa, no tengo la necia pretensión de ser perfecto.[5]

Mencionábamos la presencia de una voz a la cual denominaremos “agente antagonista”, esta voz, este agente es la “incorporación” (usando el verbo incorporar en la acepción más conveniente: dar cuerpo o representación sensorial de algo) en este caso del “otro”, deja de ser un elemento epidérmico para manifestarse y conducir al tímido, errático y abúlico Juan Pablo Castel ha desempeñar y asumir tal cual es, su relevancia en la trama del túnel, o sea un papel preponderante.

La verdad es que muchas veces había pensado y planeado minuciosamente mi actitud en caso de encontrarla. Creo haber dicho que soy muy tímido; por eso había pensado y repensado un probable encuentro y la forma de aprovecharlo. (…) conozco muchos hombres que no tienen dificultad en establecer conversación con una mujer desconocida. Confieso que en un tiempo les tuve mucha envidia, pues, aunque nunca fui mujeriego o precisamente por no haberlo sido, en dos o tres oportunidades lamenté no poder comunicarme con una mujer en esos pocos casos en que parece imposible resignarse a la idea de que será para siempre ajena a nuestra vida. Desagraciadamente, estuve condenado a permanecer ajeno a la vida de cualquier mujer. [6]

Esta actitud se verá trastocada y dejada de lado para dar lugar al  “otro” Castel, al “agente antagonista”. Un Juan Pablo Castel que ante la tentativa de su “aproximación” a ese ser luminario que representa María Iribarne, no hará otra cosa que volcar toda su esperanza y su afán aprehensivo “deformando” ese proceder hacia el amor y este a su vez en muerte. Notorias son las secuencias de incertidumbre ante una postura compleja, aquella donde el protagonista se conduele a modo de una extensa introspección recordatoria y se cuestiona el porqué de esa disposición ajena, de ese subjetivismo autodestructivo. Que se hace notorio después de la frase: “engañando a un ciego”.

Ya antes de decir esta frase estaba un poco arrepentido: debajo del que quería decirla y experimentar una perversa satisfacción, un ser más puro y más tierno se disponía a tomar la iniciativa en cuanto la crueldad de la frase hiciese su efecto y, en cierto modo, ya silenciosamente, había tomado el partido de María antes de pronunciar esas palabras estúpidas e inútiles (¿qué podía lograr, en efecto, con ellas?). De manera que, apenas comenzaron a salir de mis labios, ya ese ser de abajo las oía con estupor, como si a pesar de todo no hubiera creído seriamente en la posibilidad de que el otro las pronunciase. Y a medida que salieron, comenzó a tomar el mando de mi conciencia y de mi voluntad y casi llega su decisión a tiempo para impedir que la frase saliera completa. Apenas terminada (porque a pesar de todo terminé la frase), era totalmente dueño de mí y ya ordenaba pedir perdón, humillarme delante de María, reconocer mi torpeza y mi crueldad. ¡Cuántas veces esta maldita división de mi conciencia ha sido la culpable de hechos atroces! Mientras una parte me lleva a tomar una hermosa actitud, la otra denuncia el fraude, la hipocresía y la falsa generosidad; mientras una me lleva a insultar a un ser humano, la otra se conduele de él y me acusa a mí mismo de lo que denuncio en los otros; mientras una me hace ver la belleza del mundo, la otra me señala su fealdad y la ridiculez de todo sentimiento de felicidad. En fin, ya era tarde, de todos modos, para cerrar la herida abierta en el alma de María ( y esto me lo aseguraba sordamente, con remota, satisfecha malevolencia el otro yo que ahora estaba hundido allá, en una especie de inmunda cueva), ya era irremediablemente tarde…[7]  

Notar la presencia de “alguien” en el discurso nos remite no sólo a percibir e indagar la patética postura de Castel con respecto a la vida, sino a buscar formas de representación en la que el ser humano se siente incapacitado para sobrellevar su destino. Ver la novela como un oscuro pasadizo existencial para su protagonista e inferir nuestras vidas proyectarse cual pasaje a través de una prolongada gruta en ese túnel donde a intervalos, los momentos más sublimes iluminan efímeramente la tiniebla; no es sino la imagen alegórica de la obra. Nuestro afán es trasponer esa senda y ver cuáles son los elementos escondidos en la trayectoria. Uno de ellos es la dualidad del protagonista con su antagonista (predominancia de otredad). Para Castel su contraparte no es María, ni Allende, ni Hunter; por el contrario Juan Pablo mismo, pero él mismo, rastreramente como su propio verdugo, él mismo inevitablemente conviviendo con ese “otro” que se apodera de su voluntad, que habla oníricamente[8], como elemento conducente para su irracionalidad, que después se despliega para apropiarse de María. Entonces surge el problema: la apropiación de María y emerge entonces el problema del conocimiento del “otro” en este caso Castel “enajenado” de esa otra voz, busca incesantemente apropiarse de aquella muchacha que se ha introducido a su “túnel” a través de la “ventanita”.

…Fue el día de la inauguración. Una muchacha desconocida estuvo mucho tiempo delante de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer plano, la mujer que miraba jugar al niño. En cambio, miró fijamente la escena de la ventana y mientras lo hacía tuve la seguridad de que estaba aislada del mundo entero: no vio ni oyó a la gente que pasaba o se detenía frente a mi tela.[9]  

Esta reflexión sirve como asidero para volver  en el capítulo VI, frente a María confesándose.

…He pensado en usted varios meses. Hoy la encontré por la calle y la seguí. Tengo algo importante que preguntarle, algo referente a la ventanita, ¿comprende?[10]

Pero María también contribuye a cimentar esta convergencia.

- A veces me parece como si esta escena la hubiéramos vivido siempre juntos. Cuando vi aquella mujer solitaria de tu ventana, sentí que eras como yo y que también buscabas ciegamente a alguien, una especie de interlocutor mudo. Desde aquel día pensé constantemente en vos, te soñé muchas veces acá, en este mismo lugar donde he pasado tantas horas de mi vida. Un día hasta pensé en buscarte y confesártelo. Pero tuve miedo de equivocarme (…) Y cuando huiste, dolorido por lo que creías una equivocación, yo corrí detrás como una loca…[11]

Hay un elemento en la obra que es la inminente conjunción, basado en la temática de Martin Babel, quien señala a la figura femenina como elemento que personifica a la mujer, al arte y al amor (vínculo irracional) junto a su lado oponente la figura masculina representando al hombre, a la ciencia y al materialismo (vínculo racional). Este trinomio de salvación, para referirnos al primero, representa una imagen de aprehensión por parte de Juan Pablo Castel. Recordemos que progresivamente el protagonista se ha despojado de su actitud contemplativa y pesimista para asumir un rol más agresivo e irracional (por influencia del trinomio mencionado líneas arriba). Todo lo que realiza, lo medita sigilosamente y en la obra no deja de manifestarse insistentemente esa “otra voz” que interfiere en el discurso, para apoderarse de María; no de su sensualidad, ni de su juventud sino de lo que representa; para esto cito a Nietzsche, como “solaz del guerrero” al extremo de “intimidarla”: …”terminé diciéndole a gritos que me mataría”. Aunque a María esta situación no le incomode en lo más absoluto.

De lo anterior nos situamos en la necesidad de plantear la idea de posesión y de pertenencia.

…Sea como sea, me emocionó muchísimo la firma: María. Simplemente María. Esa simplicidad me daba una vaga idea de pertenencia, una vaga idea de que la muchacha estaba ya en mi vida y de que, en cierto modo, me pertenecía.[12]

Desde luego esta condición nos remite a la idea de dependencia, que es una constante, apreciable desde su primer encuentro.

…prométame que no se irá nunca más. La necesito, la necesito mucho…[13]

Al no comprender “el otro”, en este caso María Iribarne, la angustiosa necesidad de complementariedad, comunión adoptada por Juan Pablo Castel, desde diferentes voces, manifestaciones y arrebatos que emite, se produce la interferencia racionalista que conlleva a la decisión de plantear la erradicación de todo lo vivido, a liquidar a ese “otro” que ha iluminado brevemente pero esquiva el “túnel” de Castel.

Tengo que matarte, María. Me has dejado solo.[14]

Castel no acepta la inseguridad que supone el misterio del conocimiento del “otro” al darse cuenta que María es inasible desborda toda su desesperanza.

¡Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como un muro de vidrio y no pudiese verla a María como una figura silenciosa e intocable (…) qué era de ella en esos intervalos anónimos, que extraños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una mueca de burla la deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia mía.[15]

Notamos una especie de desdoblamiento de la temática fundamental en el texto, ya el “otro”, incorporisado entreteje el discurso para ultimar de alguna forma la actuación esencial que le corresponde. Este “otro” se manifiesta a través de los elementos oníricos presentes en la obra.

Tuve un sueño: visitaba de noche una vieja casa solitaria. Era una casa en cierto modo conocida e infinitamente ansiada por mí desde la infancia, de manera que al entrar en ella me guiaban algunos recuerdos (…) Cuando desperté, comprendí que la casa del sueño era María.[16]  

Esta visión, llamémosla así, tiene congruencia con una aproximación freudiana, nótese claramente la alusión al complejo edípico: “una vieja casa solitaria”, enunciación femínea patente; haciendo la traspolación con su pintura “Maternidad” desde donde se percibe: “una mujer que mira al mar en soledad”; luego, volviendo a lo onírico: “una casa en cierto modo conocida e infinitamente ansiada por mí desde la infancia”, para concluir corporizando la visión: “la casa del sueño era María”.

La ventanita es una figura significativa con que prácticamente se inicia la obra, perdura en el relato y a la vez se hace presente en el final. Esto denota que efectivamente la ventanita es el subterfugio por el cual primigeniamente Castel “sosegado” alumbrará el porvenir de su vida biplánica, bipolar en el cual convergen héroe y villano; el “yo” y el “otro”.

A través de la ventanita de mi calabozo vi como nacía un nuevo día, con el cielo ya sin nubes (…) Sentí que una caverna negra se iba agrandando dentro de mi cuerpo[17]






Bibliografía:
  • Sábato Ernesto. El túnel. Industria Gráfica Bibliotex, S. L. Barcelona 2000
  • …………………. El escritor y sus fantasmas. Edit. Lozada. Buenos Aires 1963
  • Jorge Lozano, Cristina Peña- Marín, Gonzalo Abril. Análisis del discurso. Hacia una semiótica de la interacción textual. Segunda edición. Madrid 1998



[1] Léase novela psicológica.
[2] El escritor y sus fantasmas. Ernesto Sábato (1963)
[3] El túnel. Capítulo I
[4] Ídem. Capítulo II
[5] Ídem. Capítulo III
[6] Ídem. Capítulo IV
[7] Ídem. Capítulo XX
[8] Ídem. Capítulos XIV y XXII
[9] Ídem. Capítulo III
[10] Ídem. Capítulo VI
[11] Ídem. Capítulo XXVII
[12] Ídem. Capítulo XIII
[13] Ídem. Capítulo IX
[14] Ídem. Capítulo XXXVIII
[15] Ídem. Capítulo XXXVI
[16] Ídem. Capítulo XIV
[17] Ídem. Capítulo XXXVIII

1 comentario:

  1. Play Slots online - LuckyClub
    Play free online slots at LuckyClub, the UK's favourite online casino. Register and play our exciting casino games for luckyclub real money and win real money! Rating: 5 · ‎5 votes

    ResponderEliminar