EL TÚNEL DE ERNESTO SÁBATO Y
UNA VISIÓN DESDE “EL OTRO” LADO
Julio César Palomino
Huaynamarca
La narrativa sabatiana se caracteriza
por mostrar aspectos, temáticas y enfoques relacionados al devenir de la
conciencia humana[1]. Un ejemplo de ello es
catalogar a Ernesto Sábato como un escritor dostoievskiano, en donde su
universo narrativo “encierra” al lector hasta hacerlo partícipe de toda la
debacle emocional de sus protagonistas, y este tema se aprecia de manera
latente en El túnel (novela en la cual
nos centraremos). Aunándome a la crítica que la ha rotulado como una novela
existencialista, yendo más allá de examinar los rasgos y posicionamientos
frente a la mujer como figura relevante, elemento recurrente en las novelas del
argentino. Queremos aplicar un análisis partiendo desde la perspectiva de
“auscultar” a Juan Pablo Castel, personaje principal de la novela mencionada,
cuya revisión nos conducirá a tomarnos la atribución de atravesar ese túnel
voraginezco y visualizar detalles notables en el texto como por ejemplo hablar
del protagonista desde la voz del “otro”.
Durante una de sus exposiciones, Juan
Pablo Castel presenta un cuadro especial, “Maternidad”, cuya principal
característica para el autor es una pequeña ventana a través de la cual se ve a
una mujer en la playa mirando al mar, escena que sugiere “una soledad ansiosa y
absoluta”. Este detalle pasa desapercibido para todo el mundo salvo para una
desconocida chica. Castel no vuelve a verla, pero se obsesiona con ella y
decide buscarla sin saber muy bien para qué. Cuando la encuentra, se entera de
que ella también piensa continuamente en Castel y en su cuadro. A partir de
aquí se inicia, de una manera un tanto torpe una relación entre ellos, más que
de amor de apoyo mutuo, en especial para Castel, hasta el punto de que le es
imposible prescindir de la chica. Los miedos y la inseguridad de Castel por un
lado, que se ven reflejados en unos celos terribles, y los secretos de ella por
otro, convierten la relación en tortuosa para ambos, desembocando en el final
que conocemos desde el principio.
Asistimos a una novela muy peculiar en
sus formas, mencionaba que el final, por ejemplo, lo conocemos desde el
principio. Este detalle se subraya porque Sábato hace uso de la técnica del
“punto de vista”. Consultado Sábato sobre la elección de este “punto de vista”
confesó haber llegado a él después de una serie de intentos fallidos.
…hasta
que tuve la sensación (…) de que el proceso deliberante que llevaría al crimen
tendría más eficacia si estaba descrito por el propio protagonista, haciendo
sufrir al lector un poco sus propias ansiedades y dudas, arrastrándolo
finalmente con la “lógica” de su propio delirio. Hasta el asesinato de la mujer.[2]
Lo que
hace este “detalle”, por así
decirlo, es presentar ante el lector la forma interior de la novela que es la
utilización del ritmo diegético; pero desde una perspectiva del “narrador-
protagonista”, hecho que nos conduce a observar y contar hasta tres veces la
confesión de Juan Pablo Castel en los tres primeros capítulos.
Bastará
decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne…[3]
Esta confesión la hace desde una
introspección culposa, encerrado en su mundo, incluso minimizando su condición
de presidiario, nótese el desvarío existencialista.
Como
decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán preguntarse qué me mueve a escribir
la historia de mi crimen (no sé si ya dije que voy a relatar mi crimen) [4]
Seguro de su personalidad; despojado
de ese “otro” Castel que lo ha movido a no “guardar las formas” ante la
sociedad, que lo indujo a adoptar una conciencia voraz, despótica e insensible
frente a lo que era aquello que lo guardaría de los peligros de su entorno;
remarca justificándose.
Todos
saben que maté a María Iribarne Hunter. Pero nadie sabe cómo la conocí, qué
relaciones hubo exactamente entre nosotros y cómo fui haciéndome la idea de
matarla. Trataré de revelar todo imparcialmente porque, aunque sufrí mucho por
su culpa, no tengo la necia pretensión de ser perfecto.[5]
Mencionábamos la presencia de una voz
a la cual denominaremos “agente antagonista”, esta voz, este agente es la
“incorporación” (usando el verbo incorporar en la acepción más conveniente: dar
cuerpo o representación sensorial de algo) en este caso del “otro”, deja de ser
un elemento epidérmico para manifestarse y conducir al tímido, errático y
abúlico Juan Pablo Castel ha desempeñar y asumir tal cual es, su relevancia en
la trama del túnel, o sea un papel preponderante.
La
verdad es que muchas veces había pensado y planeado minuciosamente mi actitud
en caso de encontrarla. Creo haber dicho que soy muy tímido; por eso había
pensado y repensado un probable encuentro y la forma de aprovecharlo. (…)
conozco muchos hombres que no tienen dificultad en establecer conversación con
una mujer desconocida. Confieso que en un tiempo les tuve mucha envidia, pues,
aunque nunca fui mujeriego o precisamente por no haberlo sido, en dos o tres
oportunidades lamenté no poder comunicarme con una mujer en esos pocos casos en
que parece imposible resignarse a la idea de que será para siempre ajena a
nuestra vida. Desagraciadamente, estuve condenado a permanecer ajeno a la vida
de cualquier mujer. [6]
Esta actitud se verá trastocada y dejada
de lado para dar lugar al “otro” Castel,
al “agente antagonista”. Un Juan Pablo Castel que ante la tentativa de su
“aproximación” a ese ser luminario que representa María Iribarne, no hará otra
cosa que volcar toda su esperanza y su afán aprehensivo “deformando” ese
proceder hacia el amor y este a su vez en muerte. Notorias son las secuencias
de incertidumbre ante una postura compleja, aquella donde el protagonista se
conduele a modo de una extensa introspección recordatoria y se cuestiona el
porqué de esa disposición ajena, de ese subjetivismo autodestructivo. Que se
hace notorio después de la frase: “engañando a un ciego”.
Ya
antes de decir esta frase estaba un poco arrepentido: debajo del que quería
decirla y experimentar una perversa satisfacción, un ser más puro y más tierno
se disponía a tomar la iniciativa en cuanto la crueldad de la frase hiciese su
efecto y, en cierto modo, ya silenciosamente, había tomado el partido de María
antes de pronunciar esas palabras estúpidas e inútiles (¿qué podía lograr, en
efecto, con ellas?). De manera que, apenas comenzaron a salir de mis labios, ya
ese ser de abajo las oía con estupor, como si a pesar de todo no hubiera creído
seriamente en la posibilidad de que el otro las pronunciase. Y a medida que
salieron, comenzó a tomar el mando de mi conciencia y de mi voluntad y casi
llega su decisión a tiempo para impedir que la frase saliera completa. Apenas
terminada (porque a pesar de todo terminé la frase), era totalmente dueño de mí
y ya ordenaba pedir perdón, humillarme delante de María, reconocer mi torpeza y
mi crueldad. ¡Cuántas veces esta maldita división de mi conciencia ha sido la
culpable de hechos atroces! Mientras una parte me lleva a tomar una hermosa
actitud, la otra denuncia el fraude, la hipocresía y la falsa generosidad;
mientras una me lleva a insultar a un ser humano, la otra se conduele de él y
me acusa a mí mismo de lo que denuncio en los otros; mientras una me hace ver
la belleza del mundo, la otra me señala su fealdad y la ridiculez de todo
sentimiento de felicidad. En fin, ya era tarde, de todos modos, para cerrar la
herida abierta en el alma de María ( y esto me lo aseguraba sordamente, con
remota, satisfecha malevolencia el otro yo que ahora estaba hundido allá, en
una especie de inmunda cueva), ya era irremediablemente tarde…[7]
Notar la presencia de “alguien” en el
discurso nos remite no sólo a percibir e indagar la patética postura de Castel
con respecto a la vida, sino a buscar formas de representación en la que el ser
humano se siente incapacitado para sobrellevar su destino. Ver la novela como
un oscuro pasadizo existencial para su protagonista e inferir nuestras vidas
proyectarse cual pasaje a través de una prolongada gruta en ese túnel donde a
intervalos, los momentos más sublimes iluminan efímeramente la tiniebla; no es
sino la imagen alegórica de la obra. Nuestro afán es trasponer esa senda y ver
cuáles son los elementos escondidos en la trayectoria. Uno de ellos es la
dualidad del protagonista con su antagonista (predominancia de otredad). Para
Castel su contraparte no es María, ni Allende, ni Hunter; por el contrario Juan
Pablo mismo, pero él mismo, rastreramente como su propio verdugo, él mismo
inevitablemente conviviendo con ese “otro” que se apodera de su voluntad, que
habla oníricamente[8], como elemento conducente
para su irracionalidad, que después se despliega para apropiarse de María.
Entonces surge el problema: la apropiación de María y emerge entonces el
problema del conocimiento del “otro” en este caso Castel “enajenado” de esa
otra voz, busca incesantemente apropiarse de aquella muchacha que se ha
introducido a su “túnel” a través de la “ventanita”.
…Fue
el día de la inauguración. Una muchacha desconocida estuvo mucho tiempo delante
de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer
plano, la mujer que miraba jugar al niño. En cambio, miró fijamente la escena
de la ventana y mientras lo hacía tuve la seguridad de que estaba aislada del
mundo entero: no vio ni oyó a la gente que pasaba o se detenía frente a mi tela.[9]
Esta reflexión sirve como asidero para
volver en el capítulo VI, frente a María
confesándose.
…He
pensado en usted varios meses. Hoy la encontré por la calle y la seguí. Tengo
algo importante que preguntarle, algo referente a la ventanita, ¿comprende?[10]
Pero María también contribuye a
cimentar esta convergencia.
-
A veces me parece como si esta escena la hubiéramos vivido siempre juntos.
Cuando vi aquella mujer solitaria de tu ventana, sentí que eras como yo y que
también buscabas ciegamente a alguien, una especie de interlocutor mudo. Desde
aquel día pensé constantemente en vos, te soñé muchas veces acá, en este mismo
lugar donde he pasado tantas horas de mi vida. Un día hasta pensé en buscarte y
confesártelo. Pero tuve miedo de equivocarme (…) Y cuando huiste, dolorido por
lo que creías una equivocación, yo corrí detrás como una loca…[11]
Hay un elemento en la obra que es la
inminente conjunción, basado en la temática de Martin Babel, quien señala a la
figura femenina como elemento que personifica a la mujer, al arte y al amor (vínculo
irracional) junto a su lado oponente la figura masculina representando al
hombre, a la ciencia y al materialismo (vínculo racional). Este trinomio de
salvación, para referirnos al primero, representa una imagen de aprehensión por
parte de Juan Pablo Castel. Recordemos que progresivamente el protagonista se
ha despojado de su actitud contemplativa y pesimista para asumir un rol más
agresivo e irracional (por influencia del trinomio mencionado líneas arriba).
Todo lo que realiza, lo medita sigilosamente y en la obra no deja de
manifestarse insistentemente esa “otra voz” que interfiere en el discurso, para
apoderarse de María; no de su sensualidad, ni de su juventud sino de lo que
representa; para esto cito a Nietzsche, como “solaz del guerrero” al extremo de
“intimidarla”: …”terminé diciéndole a gritos que me mataría”. Aunque a María
esta situación no le incomode en lo más absoluto.
De lo anterior nos situamos en la
necesidad de plantear la idea de posesión y de pertenencia.
…Sea
como sea, me emocionó muchísimo la firma: María. Simplemente María. Esa
simplicidad me daba una vaga idea de pertenencia, una vaga idea de que la
muchacha estaba ya en mi vida y de que, en cierto modo, me pertenecía.[12]
Desde luego esta condición nos remite
a la idea de dependencia, que es una constante, apreciable desde su primer
encuentro.
…prométame
que no se irá nunca más. La necesito, la necesito mucho…[13]
Al no comprender “el otro”, en este
caso María Iribarne, la angustiosa necesidad de complementariedad, comunión
adoptada por Juan Pablo Castel, desde diferentes voces, manifestaciones y
arrebatos que emite, se produce la interferencia racionalista que conlleva a la
decisión de plantear la erradicación de todo lo vivido, a liquidar a ese “otro”
que ha iluminado brevemente pero esquiva el “túnel” de Castel.
Tengo
que matarte, María. Me has dejado solo.[14]
Castel no acepta la inseguridad que
supone el misterio del conocimiento del “otro” al darse cuenta que María es
inasible desborda toda su desesperanza.
¡Qué
estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos seguían paralelos
como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como un muro de vidrio
y no pudiese verla a María como una figura silenciosa e intocable (…) qué era de
ella en esos intervalos anónimos, que extraños sucesos acontecían; y hasta
pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una mueca de burla la
deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de
los pasadizos era una ridícula invención o creencia mía.[15]
Notamos una especie de desdoblamiento
de la temática fundamental en el texto, ya el “otro”, incorporisado entreteje
el discurso para ultimar de alguna forma la actuación esencial que le
corresponde. Este “otro” se manifiesta a través de los elementos oníricos
presentes en la obra.
Tuve
un sueño: visitaba de noche una vieja casa solitaria. Era una casa en cierto
modo conocida e infinitamente ansiada por mí desde la infancia, de manera que
al entrar en ella me guiaban algunos recuerdos (…) Cuando desperté, comprendí
que la casa del sueño era María.[16]
Esta visión, llamémosla así, tiene
congruencia con una aproximación freudiana, nótese claramente la alusión al
complejo edípico: “una vieja casa solitaria”, enunciación femínea patente;
haciendo la traspolación con su pintura “Maternidad” desde donde se percibe: “una
mujer que mira al mar en soledad”; luego, volviendo a lo onírico: “una casa en
cierto modo conocida e infinitamente ansiada por mí desde la infancia”, para
concluir corporizando la visión: “la casa del sueño era María”.
La ventanita es una figura
significativa con que prácticamente se inicia la obra, perdura en el relato y a
la vez se hace presente en el final. Esto denota que efectivamente la ventanita
es el subterfugio por el cual primigeniamente Castel “sosegado” alumbrará el
porvenir de su vida biplánica, bipolar en el cual convergen héroe y villano; el
“yo” y el “otro”.
A
través de la ventanita de mi calabozo vi como nacía un nuevo día, con el cielo
ya sin nubes (…) Sentí que una caverna negra se iba agrandando dentro de mi
cuerpo[17]
Bibliografía:
- Sábato
Ernesto. El túnel. Industria Gráfica Bibliotex, S. L. Barcelona 2000
- ………………….
El escritor y sus fantasmas. Edit. Lozada. Buenos Aires 1963
- Jorge
Lozano, Cristina Peña- Marín, Gonzalo Abril. Análisis del discurso. Hacia una
semiótica de la interacción textual. Segunda edición. Madrid 1998
[1] Léase novela psicológica.
[2] El escritor y sus fantasmas. Ernesto Sábato (1963)
[3] El túnel. Capítulo I
[4] Ídem. Capítulo II
[5] Ídem. Capítulo III
[6] Ídem. Capítulo IV
[7] Ídem. Capítulo XX
[8] Ídem. Capítulos XIV y XXII
[9] Ídem. Capítulo III
[10] Ídem. Capítulo VI
[11] Ídem. Capítulo XXVII
[12] Ídem. Capítulo XIII
[13] Ídem. Capítulo IX
[14] Ídem. Capítulo XXXVIII
[15] Ídem. Capítulo XXXVI
[16] Ídem. Capítulo XIV
[17] Ídem. Capítulo XXXVIII
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