Por Julio César Palomino Huaynamarca
Javier Heraud nació en Lima en 1942 y murió en Puerto Maldonado el 15
de mayo de 1963 acribillado. Su muerte fue una verdadera inmolación, producto
de sus elevados ideales, pero también un crimen que nunca fue sancionado. Para
muchos el sacrificio del joven poeta miraflorino fue una tragedia y más, al
saberse de su procedencia, de su apellido, de su entorno familiar. Él era
alumno de la Universidad Católica y antes había egresado del prestigioso
colegio anglo-peruano Markham. Para muchos peruanos y peruanas aquel deceso se
justificaba porque el sistema capitalista primero, lo estigmatizó como un
comunista snob; luego lo siguió condenando a extremos de minimizar su
producción literaria. Pero felizmente la juventud consciente y sensata de
aquellos convulsionados años sesenta logró rescatarlo del marasmo al que se
pretendía perpetuarlo, muchos jóvenes que compartieron similitudes estéticas,
no desmayaron en esfuerzos por preservar su legado; pero lamentablemente y para
pesar de muchos camaradas, todo el ímpetu del novel vate que plasmaba en su
poesía se fue aletargando y desconociéndose, sobre todo aquellos poemas que
hablan de libertad, de justicia social, de empuñar el fusil, de revolución se
fue despintando para darle paso a la exaltación de la estética poética, de “El
río”, de “Poesía a dos voces” o “De mi casa muerta”. Sin duda aquello es
imprescindible si queremos hablar de Javier Heraud; pero dónde quedó el
guerrillero, dónde quedó el hombre que quiso ser consecuente con lo que
pregonaba, dónde quedó su pensamiento político. ¿Acaso como se pretendió en
algún momento, Heraud sufre una metamorfosis ideológica a partir de su llegada
a la Cuba revolucionaria? Este pequeño artículo pretende aproximarnos a la
figura de un combatiente que no temía morir, en busca de sus ideales, entre
pájaros y árboles.
LA LÍRICA DEL SESENTA
Si queremos hacer un análisis del pensamiento político de Javier
Heraud debemos explorar el contexto en el cual se desarrolla su poesía y para
eso debemos aproximarnos a la denominada
generación del sesenta. Los poetas del 60 se desarrollaron en
un ambiente de efervescencia social, influenciados por la Revolución Cubana, la
intervención norteamericana en Vietnam y el desarrollo de los medios de
comunicación. En el ámbito nacional, el Perú venía de sufrir el ochenio de
Odría, caracterizado por la represión y las persecuciones políticas. Además que
el nuevo gobierno de Belaúnde Terry generó grandes expectativas.
Estos poetas
abandonaron la tradición poética francesa y española y optaron por la poética
inglesa y norteamericana. Rechazaron el academicismo y el elitismo poético y
desarrollaron una poesía espontánea y conversacional, sin descuidar el rigor académico
y formal. La poesía se convierte en una experiencia vivencial, en un testimonio
de vida en el que el poeta expresa su mundo interior en relación con la
realidad cotidiana.
POETA
REVOLUCIONARIO
Una de las
utopías mayores de los sesenta es, sin duda, la de la transformación radical de
la sociedad a través de la lucha guerrillera. La revolución cubana, en 1959,
impactó en los jóvenes de todo el continente, dando pie a la expectativa de que
la revolución era no solo posible sino inminente. Para Javier ese hecho
marcaría definitivamente su perfil en la historia de la literatura peruana. Haciendo
un parangón con otro mártir de la lucha social y libertaria en el Perú, se
me aviva el ceso y recuerdo al poeta
arequipeño Mariano Melgar, un hombre convencido de que la única solución para
emanciparnos de la vil España era la lucha y el sacrificio, y su inmolación
está latente en la historia de nuestra patria.
Para los
detractores de Javier Heraud, su postura política estaba acompañada de ese
espíritu rebelde que suele encendernos los ánimos en la adolescencia, y no hay
nada más cierto que esa falacia justificadora, sólo que en el poeta aquel
espíritu rebelde lo llevó a cuestionar la postura del poeta puro y admirar la
lírica social. A partir de la desestimación de aquella dicotomía entre “poesía
pura” y “poesía social” es que sus versos se hacen “subversivos” y admirables,
por eso es que muchos especialistas en materia literaria asumen que a pesar de
su juventud en Heraud se halla un poeta maduro y bien cimentado mucho antes de
viajar a Cuba.
En julio de
1962, al iniciar su condición de militante del Ejército de Liberación Nacional
del Perú, porque
estuvo convencido, en esa circunstancia, que luchar con las armas era una
manera directa de asumir su compromiso con la vida, Heraud adopta
el pseudónimo de Rodrigo Machado y desde entonces su poesía; rica en imágenes nostálgicas,
de monólogo dramático, de retórica simple, conversacional y apologética muta a
una mucho más comprometida con la revolución y la lucha social. Una muestra de eso son los
siguientes versos tomados de la parte I de “Explicación”: “Un día
conocí Cuba. / Conocí su relámpago de furor, / vi sus plazas llenas / de gentes
y fusiles / […] Y recordé mi triste patria, / mi pueblo amordazado, / sus tristes
niños, sus calles / despobladas de alegría. / Todos recordamos lo mismo. /
Triste Perú, dijimos, aún es tiempo / de recuperar la primavera / de sembrar de
nuevo los campos, / de barrer a los miserables “patriotas / explotadores”. / Se
acabarán, dijimos, las fiestas / palaciegas para los menos / y las mesas sin
comida / y con hambre” [Poesías
completas. 2ª. ed. Lima: Campodónico, 1973; 233-234].
El
sistema capitalista se ha encargado de borrar de la memoria del Perú aquellos
versos de Javier Heraud que le cantan a la libertad, a la justicia social, a
una patria sin pobres. Les han hecho creer a nuestro pueblo que el sacrificio
en pro de la libertad y la justicia es sinónimo de estulticia y tozudez. El
sistema ha borrado al mártir y nos ha mostrado al poeta que bajo las
influencias de Manrique, Eliot y Machado le canta al río, a las estaciones,
etc. El sistema repito, ha instruido la importancia de Heraud pero sólo desde
la cuestión estética, para ellos Javier Heraud fue el poeta adelantado a su
época, el virtuoso, el gran depositario de los maestros de la lírica modernista
española. Pero qué lejos están estas argucias de la prédica del poeta revolucionario
al decir que la composición poética debía estar
cerca del pueblo para hacerlo consciente de su rol transformador de la sociedad : “Que
la poesía, lejos de ser una aislada y solitaria creación del artista, ‘es un
testimonio de la grandeza y la miseria de los hombres, una voz que denuncia el
horror y clama la solidaridad y la justicia; y la felicidad, algo inalcanzable
fuera de un destino común que debe ser conquistado’” [Cecilia
Heraud Pérez. Vida y muerte de Javier Heraud: recuerdos, testimonios y
documentos. Lima: Mosca Azul, 1989; 100.]
Quedará en las generaciones próximas el fuego latente de sus
versos y el vigor de su voz inquisidora, menudo trabajo para los hombres, sobre
todo para los maestros comprometidos en forjar una nueva patria, que esa voz y
esos versos pervivan en cada uno de los hijos y los jóvenes que asuman también
el rol importante que la historia les ha designado: el de ser los grandes
transformadores de la sociedad.