miércoles, 25 de septiembre de 2013

JAVIER HERAUD PÉREZ: EL POETA GUERRILLERO

                                                                                             Por Julio César Palomino Huaynamarca
Javier Heraud nació en Lima en 1942 y murió en Puerto Maldonado el 15 de mayo de 1963 acribillado. Su muerte fue una verdadera inmolación, producto de sus elevados ideales, pero también un crimen que nunca fue sancionado. Para muchos el sacrificio del joven poeta miraflorino fue una tragedia y más, al saberse de su procedencia, de su apellido, de su entorno familiar. Él era alumno de la Universidad Católica y antes había egresado del prestigioso colegio anglo-peruano Markham. Para muchos peruanos y peruanas aquel deceso se justificaba porque el sistema capitalista primero, lo estigmatizó como un comunista snob; luego lo siguió condenando a extremos de minimizar su producción literaria. Pero felizmente la juventud consciente y sensata de aquellos convulsionados años sesenta logró rescatarlo del marasmo al que se pretendía perpetuarlo, muchos jóvenes que compartieron similitudes estéticas, no desmayaron en esfuerzos por preservar su legado; pero lamentablemente y para pesar de muchos camaradas, todo el ímpetu del novel vate que plasmaba en su poesía se fue aletargando y desconociéndose, sobre todo aquellos poemas que hablan de libertad, de justicia social, de empuñar el fusil, de revolución se fue despintando para darle paso a la exaltación de la estética poética, de “El río”, de “Poesía a dos voces” o “De mi casa muerta”. Sin duda aquello es imprescindible si queremos hablar de Javier Heraud; pero dónde quedó el guerrillero, dónde quedó el hombre que quiso ser consecuente con lo que pregonaba, dónde quedó su pensamiento político. ¿Acaso como se pretendió en algún momento, Heraud sufre una metamorfosis ideológica a partir de su llegada a la Cuba revolucionaria? Este pequeño artículo pretende aproximarnos a la figura de un combatiente que no temía morir, en busca de sus ideales, entre pájaros y árboles. 

LA LÍRICA DEL SESENTA
Si queremos hacer un análisis del pensamiento político de Javier Heraud debemos explorar el contexto en el cual se desarrolla su poesía y para eso debemos aproximarnos a la denominada  generación del sesenta. Los poetas del 60 se desarrollaron en un ambiente de efervescencia social, influenciados por la Revolución Cubana, la intervención norteamericana en Vietnam y el desarrollo de los medios de comunicación. En el ámbito nacional, el Perú venía de sufrir el ochenio de Odría, caracterizado por la represión y las persecuciones políticas. Además que el nuevo gobierno de Belaúnde Terry generó grandes expectativas.

Estos poetas abandonaron la tradición poética francesa y española y optaron por la poética inglesa y norteamericana. Rechazaron el academicismo y el elitismo poético y desarrollaron una poesía espontánea y conversacional, sin descuidar el rigor académico y formal. La poesía se convierte en una experiencia vivencial, en un testimonio de vida en el que el poeta expresa su mundo interior en relación con la realidad cotidiana.

POETA REVOLUCIONARIO
Una de las utopías mayores de los sesenta es, sin duda, la de la transformación radical de la sociedad a través de la lucha guerrillera. La revolución cubana, en 1959, impactó en los jóvenes de todo el continente, dando pie a la expectativa de que la revolución era no solo posible sino inminente. Para Javier ese hecho marcaría definitivamente su perfil en la historia de la literatura peruana. Haciendo un parangón con otro mártir de la lucha social y libertaria en el Perú, se me  aviva el ceso y recuerdo al poeta arequipeño Mariano Melgar, un hombre convencido de que la única solución para emanciparnos de la vil España era la lucha y el sacrificio, y su inmolación está latente en la historia de nuestra patria.
Para los detractores de Javier Heraud, su postura política estaba acompañada de ese espíritu rebelde que suele encendernos los ánimos en la adolescencia, y no hay nada más cierto que esa falacia justificadora, sólo que en el poeta aquel espíritu rebelde lo llevó a cuestionar la postura del poeta puro y admirar la lírica social. A partir de la desestimación de aquella dicotomía entre “poesía pura” y “poesía social” es que sus versos se hacen “subversivos” y admirables, por eso es que muchos especialistas en materia literaria asumen que a pesar de su juventud en Heraud se halla un poeta maduro y bien cimentado mucho antes de viajar a Cuba.

En julio de 1962, al iniciar su condición de militante del Ejército de Liberación Nacional del Perú, porque estuvo convencido, en esa circunstancia, que luchar con las armas era una manera directa de asumir su compromiso con la vida, Heraud adopta el pseudónimo de Rodrigo Machado y desde entonces su poesía; rica en imágenes nostálgicas, de monólogo dramático, de retórica simple, conversacional y apologética muta a una mucho más comprometida con la revolución y  la lucha social. Una muestra de eso son los siguientes versos tomados de la parte I de “Explicación”: “Un día conocí Cuba. / Conocí su relámpago de furor, / vi sus plazas llenas / de gentes y fusiles / […] Y recordé mi triste patria, / mi pueblo amordazado, / sus tristes niños, sus calles / despobladas de alegría. / Todos recordamos lo mismo. / Triste Perú, dijimos, aún es tiempo / de recuperar la primavera / de sembrar de nuevo los campos, / de barrer a los miserables “patriotas / explotadores”. / Se acabarán, dijimos, las fiestas / palaciegas para los menos / y las mesas sin comida / y con hambre” [Poesías completas. 2ª. ed. Lima: Campodónico, 1973; 233-234].

El sistema capitalista se ha encargado de borrar de la memoria del Perú aquellos versos de Javier Heraud que le cantan a la libertad, a la justicia social, a una patria sin pobres. Les han hecho creer a nuestro pueblo que el sacrificio en pro de la libertad y la justicia es sinónimo de estulticia y tozudez. El sistema ha borrado al mártir y nos ha mostrado al poeta que bajo las influencias de Manrique, Eliot y Machado le canta al río, a las estaciones, etc. El sistema repito, ha instruido la importancia de Heraud pero sólo desde la cuestión estética, para ellos Javier Heraud fue el poeta adelantado a su época, el virtuoso, el gran depositario de los maestros de la lírica modernista española. Pero qué lejos están estas argucias de la prédica del poeta revolucionario al decir que la composición poética debía estar cerca del pueblo para hacerlo consciente de su rol transformador de la sociedad : “Que la poesía, lejos de ser una aislada y solitaria creación del artista, ‘es un testimonio de la grandeza y la miseria de los hombres, una voz que denuncia el horror y clama la solidaridad y la justicia; y la felicidad, algo inalcanzable fuera de un destino común que debe ser conquistado’” [Cecilia Heraud Pérez. Vida y muerte de Javier Heraud: recuerdos, testimonios y documentos. Lima: Mosca Azul, 1989; 100.]

Quedará en las generaciones próximas el fuego latente de sus versos y el vigor de su voz inquisidora, menudo trabajo para los hombres, sobre todo para los maestros comprometidos en forjar una nueva patria, que esa voz y esos versos pervivan en cada uno de los hijos y los jóvenes que asuman también el rol importante que la historia les ha designado: el de ser los grandes transformadores de la sociedad.   

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